Con un jabón desintegrándose en la ducha. Esa es la imagen con la que partió El aire que nos faltó de Magdalena Salazar Preece, licenciada de literatura y estética, quien se desempeña como editora, además de hacer talleres literarios y, por supuesto, escribir. «Esa fue la punta del hilo de un tejido del que fui tirando y el relato se fue develando. Es como si el texto existiera en algún lugar intangible y yo fui decodificando. En ese sentido, fue una experiencia creativa de muchísima originalidad. No hubo plan ni estructura de trabajo», agrega la autora.
A partir de esa visión, con la que comienza el libro, empieza a desentrañarse la historia de una familia de cuatro integrantes: el padre, Antonio; la hija, Gracia; el hijo, Juan; y la madre, Isabel. Escojo ese orden para enumerarlos porque así aparecen en el libro. Cuatro partes contadas por cada miembro familiar que nos van develando secretos e intimidades familiares y personales. Cuatro voces que conforman una sola gran coral.
La construcción de sujeta en El aire que nos faltó
Cuando le pregunté a la autora por la creación de los personajes de Gracia e Isabel, nos cuenta: «Todos los personajes surgieron naturalmente luego de haber aparecido el personaje del padre. Sentí tanto al padre que los otros brotaron de él. Fue desde la honestidad del padre que nacieron los demás». Quizás es porque surgen del patriarca que, en una primera lectura, podrían parecer personajes circunscritos a la sociedad patriarcal (en la que todes estamos), sin embargo, cada una logra separarse de eso a su manera.
Isabel responde a la imagen de «la-mujer» mito que describiría Monique Wittig en El pensamiento heterosexual, incluso se esclaviza con una actitud casi masoquista como dice Simone de Beauvoir en El segundo sexo. Lo interesante es que luego de pasar una vida bajo este paradigma, logra salir de ahí. Desde el pensamiento del padre sabemos que Isabel deja el hogar, luego de, al menos, 30 años de matrimonio.
Madre e hija
La díada madre-hija entre Isabel y Gracia trasciende la infancia. «Los personajes de la madre y de Gracia fueron construidos a partir del vínculo simbiótico que muchas madres e hijas mantienen. Ese amor desmedido, sobreprotector, donde hay tanto de proyección de la madre. Esa necesidad de “salvar” a la hija de sus propias limitaciones, pero que al mismo tiempo ahoga. Amor y libertad se ponen en juego y eso arma un tejido que sostiene toda la relación», añade Magdalena.
Así llegamos a Gracia, una niña con necesidades especiales producto de una asfixia al nacer. De acuerdo a la construcción de mujer de algunas teóricas feministas, Gracia no deviene mujer. Por que si «no se nace mujer, si no que se llega a serlo» (de Beauvoir), entonces a Gracia podemos nombrarla «no-mujer». En su genitalidad lo es, sus cromosomas la califican como mujer, pero el constructo social no pasa por ella.
En la parte del libro en que habla Gracia descubrimos que tiene un deseo de ser mujer, pero la sociedad no se lo permite. porque no es «normal», porque es «discapacitada», porque su vida depende de un cuidador. O cuidadora, en este caso.
La autora cuenta: «Siempre me han parecido muy interesantes los personajes que habitan la periferia, los que la sociedad ve como imperfectos y débiles. Son seres humanos que sacan fuerzas de su fragilidad y eso me inspira. (…) Su personalidad [de Gracia] se construyó a partir de mi observación de personas con necesidades especiales, la percepción de sus sutilezas y del ejercicio de empatizar con sus deseos humanos y naturales. Efectivamente, tengo una sobrina que nació con un síndrome de quien he aprendido mucho sobre la sensibilidad y el valor de la diversidad. Darle vida a Gracia fue una experiencia de mucha reflexión que me llevó a contemplar la belleza de lo ‘imperfecto'».
Gracia tiene un deseo natural y humano, como dice la autora, pero no puede expresarlo hacia el exterior. Por lo que esta «no-mujer» quisiera devenir en «la-mujer». Mientras «la-mujer», la madre, se construye como mito y luego quiere escapar de eso. Son estas dos visiones de mujer que se encuentran en la sociedad patriarcal y ninguna logra encontrar su espacio en la sociedad. O al menos no está contenta con el espacio asignado.
Traspasar a la madre y ser traspasada por ella
En el libro hay un pasaje que me llamó la atención especialmente: «Ser hija es ser traspasada por la madre, así como yo traspasé su cuerpo. Una es al revés de la otra. Nunca me libraré de ella ni ella de mí. El día del parto se repetirá hasta el infinito». Me reconocí incapaz de darle una interpretación precisa, por lo que le pedí a Magdalena que me diera una respuesta.
«Ser traspasada por la madre es una experiencia que hemos vivido todos los seres humanos. Vivimos dentro de ella mucho antes de nacer. Ya había una mitad de nosotros en un ovocito cuando ella era un embrión. Hay vasos comunicantes directos a ella. Todo lo que ella es genética y emocionalmente se vierte en los hijos. Así, el linaje completo se traspasa. La madre tiene un poder único, quizás el más grande de nuestra experiencia como seres vivos. Y en el proceso de individualizarnos hay una pugna interna profunda. Necesitamos diferenciarnos, salir de ella. Entonces ocurre un segundo parto, otro dar a luz al hijo que es darle la muestra más grande de amor que es la libertad».
Magdalena Salazar Preece.
Bajo mi punto de vista, Gracia no logra ese segundo parto, lo que es lamentable, porque cuando la leemos a ella sabemos que lo quiere.
Los hombres en El aire que nos faltó
El capítulo de Juan, el hijo, es muy importante para entender más del contexto de la familia. Aunque habla mucho de él, esclarece mucho de la familia también.
«A Antonio y Juan los veo como personajes que encarnar este momento de metamorfosis en la concepción de los roles. Sus relatos son reflexiones del dolor que también ha significado ser hombre y cargar con condicionamientos y deber ser. Experimentan la fragilidad y exponen lo íntimo con la valentía que por historia nos ha pertenecido a las mujeres», comenta la autora.
Quizás porque desde Antonio surgieron los otros personajes, Magdalena siente un cariño especial por él. Al menos es lo que siento cuando dice de él:
«Su relato es tan sincero que duele. Si la vida le hubiera dado otra oportunidad él habría sido otro hombre. El capítulo del padre es un despellejamiento que deja al personaje en su máxima vulnerabilidad y es desde esa verdad que reconecta de otra manera con sus seres queridos. Entonces, la cáscara de lo conservador pasa a ser una estructura rota. Es desde sus fisuras que siente el amor aún cuando esté asociado al dolor».
Sin embargo, me permito disentir en parte. El relato de Antonio tiene pasajes que efectivamente responden a una reflexión tardía. Dejo algunos ejemplos.
«Es que tu soledad me abrumaba, te ibas tan lejos que prefería subestimarte. Qué horroroso final de quien cree que alguien le pertenece».
Página 15.
«Te prometo que con los años entendía que eso no fue un castigo ni una reacción histérica, si no un viaje hacia el fondo de tu naturaleza en busca de fuerza para sacar adelante a nuestra hija».
Página 19.
Si bien acá vemos una vulnerabilidad y deseo de que las cosas hubieran sido distintas, hay algo que me sigue haciendo ruido. El relato del padre está escrito en segunda persona. Le habla a Isabel. Isabel ya lo dejó hace años. No hay pistas que digan que es una carta. Parece una reflexión interna y personal, dirigida a Isabel. Esto demuestra que sigue existiendo un sentido de pertenencia. Antonio cree que aún Isabel le pertenece, o no tendría la necesidad de dirigir este discurso a ella. Podría hacer esta misma reflexión con él como único destinatario, tendría más valor.
El aire que nos faltó es un libro que recomiendo absolutamente. Solo tiene 115 páginas, pero cada una de ellas está cargada de contenido y de reflexión profunda. Desde este libro salen también reflexiones hacia afuera, como los casos de las cuidadoras que dedican su vida a los cuidados de otra persona sin recibir remuneración. Es de conocimiento popular que este rol lo ejercen en su gran mayoría mujeres, pero también lo respalda datos de Senadis.
«Creo que lo que más aporta este libro es sensibilidad. La trama y los recursos estéticos están teñidos de sensibilidad. Algo que creo fundamental a la hora de revalorizar lo femenino, ese aspecto que ha sido denostado en contraste a lo racional. También hay reflexiones sobre el amor, la libertad, la valorización de la diversidad y lo natural de la sexualidad. Es un libro que aporta belleza. Muestra la intimidad con crudeza pero con un lenguaje delicado que da mucha dignidad a cada personaje y el alma común de esa familia».
Magdalena Salazar Preece.
Nos quedamos con la reflexión de Magdalena. Comparto en que aporta sensibilidad, pero sobre todo reflexión. Darle vueltas a estas construcciones de mujer y no mujer. Tomar a esta familia y sacarla a la realidad. Es un relato no solo verosímil, si no que real. Miles de mujeres cuidan a sus hijos u otros familiares enfermos, ejercen un trabajo doméstico que se invisibiliza, mientras el hombre sale a la esfera pública. Entonces hay que pensar esta familia como tantas familias reales y hacer una reflexión cultural al respecto.
*No debería ser necesaria la aclaración, pero como ya he tenido problemas antes, la hago. Las críticas y análisis de Cuarto Literario son mi punto de vista, el que no necesariamente es el mismo de los autores, editores u otros lectores. Para saber más te invito a leer «¿A quién le pertenecen los libros?».
*La imagen destacada es de Comiqueros.
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